Caminando por la sexta avenida del centro histórico, encontré sobre las persianas de tiendas cerradas retratos de desconocidos y a la vuelta de la esquina una mujer pintando, frente a ella un gorro invitando a echar una moneda, el arte puede a veces, ser el borde de una clase social, vi en sus ojos un sueño ahogado y en sus niños una deuda pendiente, entendí que el arte además de ser un acto es también un espíritu silencioso y agazapado en nuestros cuerpos, provocando la fiebre de creer que en un trazo, estrofa, pieza, movimiento o cuanta cosa más, podemos liberar la mente de la carrera vete a saber dónde, que tiene la vida. No sé si el arte podrá salvarnos o darnos una noche ligera mientras nos acaricia con un ápice de esperanza, solo sé que se dispersa en un viento tranquilizador impregnando en nuestra piel, recordándonos que es nuestra última bala en un revolver.
Sin perder énfasis en lo artístico me quedo a la distancia prudente de saber si soy o no un artista. Yo no pinto ni canto, escribir es mi opción más improbable para creer que puedo cambiar algo.