Por falta de identidad abrí la puerta al miedo sin querer, por falta de identidad descubrí que la timidez me robo media vida, como quien recibe el cambio de un billete y ya demasiado tarde se da cuenta que se lo dieron mal.
Por falta de identidad me di cuenta de que podía ser graciosa, pero me guardaba los chistes por temor a que nadie riera, fue entonces cuando supe que padecer el mal de desconocerse a sí mismo, traía consigo por contradicción, la enfermedad de la prisa.
Prisa por salir rápido de una reunión, antes de que las voces inexistentes de los demás me devoraran a palabras, prisa por evadir el abrazo de alguien por el pavor a no quererle lo suficiente.
Prisa por llegar a tal lugar creyendo que el tiempo se me cuela entre las manos y que en realidad solo necesito, horas y horas para desperdiciarlas en pensar: ¿quién soy?, y así, al finalizar el día terminar con la misma crisis existencial con la que amanecí, sin la más mínima idea de nada.
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